Parece que brota algo
NOS FLIPA
Maya Pita
La práctica de Maya Pita-Romero se adscribe a lo que se puede llamar una convicción post-natural. Su obra nos atrae especialmente por la combinación de elementos tradicionales con las posibilidades conceptuales de una generación que da por sentado el fin de la era del homo sapiens como agente primordial de los ecosistemas, y que sin embargo, explora desde lo más estrictamente corporal. Por otro lado, nos resulta intrigante el riesgo de alejarse de lo canónicamente bello para incidir de una manera más profunda en lo que el arte puede significar más allá de lo decorativo y/o estético; si ya no somos el centro del universo, ¿qué hay más allá del arte que produjimos siéndolo?
“La escultura que vemos nos enfrentan a lo desagradable, construyéndose desde la ternura y lo ancestral del lecho materno, porque desde la práctica artística podemos entender que la humanidad…” Maya Pita
En la obra de Maya, podríamos equiparar lo estético con lo estático, y en respuesta a esa dicotomía, ha creado bifurcaciones dinámicas que van cambiando según los materiales, el espacio e incluso los elementos vivos que componen su obra. De esta manera, la obra muta y se desprende definitivamente del cuerpo de la artista, erigiendo su propio ecosistema, que no es impermeable y puede reaccionar a otros que la rodean.
“Nos emociona mucho tener la primera individual de Maya Pita-Romero en una galería; su práctica e investigación, además de encantarnos, nos supone un reto a distintos niveles, tanto en las cuestiones formales (los materiales y sus apariencias) como en las narrativas, además de ser un ejercicio para establecer conexiones con su contemporaneidad y los intereses de su generación”. Javier Aparicio. El Chico.
Nos interesa enfrentarnos a la obra de Maya desde la pregunta ¿qué es el arte?, y que en este caso particular, también nos lleva a la de ¿para qué sirve el arte? Como hemos mencionado, la convicción post-natural es una que está en pleno desarrollo, y nuestro vínculo más sensato con las tesis que desarrollan las obras de Maya viene de una intersección generacional: entendemos que el arte actualmente no se conforma con ser un reflejo aséptico de lo que lo rodea, sino que ha tomado una cualidad activa que funciona como cohesión y entendimiento entre nuestras distintas generaciones.
Sin embargo, también apreciamos la cualidad estética que nos ha dejado la tradición artística de hasta finales del siglo pasado; la conexión con la obra de Maya nos sirve de puente entre ambas tierras, la de un arte que se extiende y otro que se ancla. Porque de la misma manera, la artista mira a un pasado que no es suyo sino de sus antepasados, para entender cómo hemos llegado como humanidad hasta este momento, haciendo una extrapolación de su ecosistema más cercano (la familia) y pone de relieve la importancia del cuidado que como nos debemos y que posiblemente sea lo que nos salve del abismo desconocido después de haber dejado de ser el centro del universo.
La escultura que vemos nos enfrentan a lo desagradable, construyéndose desde la ternura y lo ancestral del lecho materno (y el matriarcado), porque desde la práctica artística podemos entender que la humanidad (pre o post-natural) es un conjunto de dualidades que son intercambiables; de esta manera, el nacimiento significa dolor, la capacidad de engendrar significa sangre, la creación significa muerte, y todos estos elementos son reversibles hasta un infinito considerable.
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