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Los 3 de ¡Aleluya, el carro de Celso!

LOS TRES DE

«Cada escritor, también cada lector, debe preguntarse qué es para ella o él la literatura, y yo creo haber encontrado para mí la mejor de las respuestas: para mí escribir un libro es volver a conectar con los clásicos, bucear en mi propia tradición literaria». Pablo Santiago

En la sinopsis de ¡Aleluya, el carro de Celso! se dice que esta es una comedia rural de visos místicos y quijotescos, un tributo a la defensa de la libertad por encima de los dogmas religiosos y políticos y una divertida reflexión sobre la riqueza de nuestra lengua y la pervivencia de los grandes mitos religiosos. Suena altisonante, pero nada es falso ni está cogido por alfileres. Cada escritor, también cada lector, debe preguntarse qué es para ella o él la literatura, y yo creo haber encontrado para mí la mejor de las respuestas: para mí escribir un libro es volver a conectar con los clásicos, bucear en mi propia tradición literaria y traer al presente muchas de esas palabras y expresiones que ya nadie usa y se mantienen empolvadas, pero sonoras, cómicas y bellísimas, en el fondo de las bibliotecas. O entre las líneas de estos libros que siempre, una y otra vez, y no solo para escribir, me sirven de inspiración y de felicísimo gozo interior.

INSPIRACIONES DE PABLO SANTIAGO

1. El Quijote.

La tragicomedia de Cervantes es el árbol más profundo de nuestra lengua. Sus raíces no solamente transportan hasta las ramas de nuestros días la savia de un lenguaje excelso y sutil, sino también todo lo que desde mi punto de vista compone una buena novela: maravillosos personajes, idealismo, mucho humor, estupendas descripciones, viajes cuajados de aventuras, buenos diálogos y una complejidad narrativa que tiene su cumbre en la segunda parte, cuando al juego de dos narradores se une la reflexión metaliteraria y sarcástica sobre El Quijote apócrifo de Avellaneda, del que caballero y escudero se distancian cambiando su destino de Zaragoza a Barcelona. Por todo ello, El Quijote es para mí un motivo constante de inspiración y felicidad, y mis dos novelas hasta ahora publicadas se nutren de las corrientes profundas de los dos odiseos manchegos. Mis personajes principales siempre tienen, en el lenguaje y el carácter, algo de quijotesco, y el público agradece reconocer ese rasgo de lo español –¡el quijotismo!– ya algo olvidado y por nadie cultivado.

2. La Biblia.

Como El Quijote, este es otro mamotreto que hoy ya nadie lee, y los motivos puedo entenderlos bien. En un mundo lleno de libritos ligeros que se leen en unas horas, La Biblia resulta larga, muy larga, y recorrer sus páginas es una experiencia ardua, que requiere mucha disciplina y resistencia, como una carrera de fondo. Pero en La Biblia, aunque suene a tópico, conviven todos los géneros y temas que aún pueblan nuestras más profundas literaturas: hay poesía, literatura bélica, sagas familiares, textos legales, literatura epistolar, memorias y sabiduría aforística. Personalmente, yo creo que su lectura marca un antes y un después en la vida de cualquier persona. Como Celso es un profeta bíblico trasladado al siglo XX, mi novela está repleta de citas, referencias y guiños a la Biblia. Algunas de estas intertextualidades son evidentes y desempeñan un papel relevante en la trama de la historia. Otras son apenas giros lingüísticos, chistes o incluso veladas referencias que se revelarán a los lectores conocedores de sus páginas.

3. La literatura religiosa española.

Antonio Machado escribió unos versos preciosos que describen certeramente la relación de cualquier persona con el elemento religioso: «El Dios que todos llevamos, / el Dios que todos hacemos, / el Dios que todos buscamos / y que nunca encontraremos. / Tres Dioses y tres personas / del solo Dios verdadero». Esa actitud ante de Dios de búsqueda y encuentro, iluminación o decepción se encuentra en alguno de los mejores autores de nuestra lengua, desde el misticismo de Santa Teresa o San Juan de la Cruz hasta lo más granado de nuestra literatura contemporánea, como el Unamuno de San Manuel Bueno, mártir o el Valle Inclán de Flor de santidad. Aunque vaya contra el dictado de los tiempos, a mí me gusta ver ¡Aleluya, el carro de Celso! conectando con esa inquietud mística y religiosa, casi siempre reformista, rebelde, heterodoxa y algo atea, que ha dado algunas de las páginas más bellas y profundas de nuestras letras.

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